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Mi Novela Sin Nombre y Sin Terminar

Capitulo 1: Sofía

Capitulo 1: Sofía La tarde ya estaba avanzada y entre colores tenues y pasteles, el sol, tan egocéntrico y omnipresente como de costumbre, culminaba una ardua jornada de trabajo y se escondía despacio entra los lejanos montes del oeste. La vida parecía, luego de ese día repleto de sorpresas y misterios, haber llegado al fin a ese punto clave e irremediable, del cuál tengo entendido, no se tiene retorno.
La puerta de roble, tan vieja como costosa, se abrió con una bocanada de viento, la atmósfera se renovó por completo y por primera vez, la vi. Tenía la piel morena y el pelo del mismo color que el carbón, suave y brilloso, algo que sin lugar a dudas, sorprendió a todos los presentes. Estaba asustada, lo supe en la primer mirada, tan inocente e indefensa delante de un mundo que no tenía nada que ofrecerle, y delante de una mujer, que le ofrecería el mundo. Una paradoja que hasta mucho tiempo después, Sofía, no entendería.
Tenía la piel suave y las mejillas rosadas, y con la garganta predispuesta entonaba un canto de dolor, de angustia, de alegría y confusión. Pero en su inmadurez, estaba palpando el sentido de la vida. Reconoció al instante a aquella mujer de rasgos finos y presencia armoniosa que con tanto amor y pasión la había engendrado y finalmente, después de tanto tiempo, de tanto soñarse y de tanto imaginarse mutuamente, madre e hija se encontraron, y ante la mirada atónita de los presentes, se estrecharon en un intenso abrazo que amenazaba con no tener fin.
Sofía era realmente un ser hermoso, cuya belleza oriental sobrepasaba notablemente el imaginario humano, y su madre maravillada ante tanta divinidad, trasladó a su hija a un terreno celestial y la imaginó como una de las más bonitas diosas del olimpo, hija tal vez de Afrodita, diosa del amor y la belleza. Pero Sofía, con su breve experiencia en el mundo real, no supo comprender la mirada enamorada de su madre, así como mucho tiempo después, tampoco entendería esos ojos lívidos y excitados con los cuales, en su plena juventud, sería observada día y noche.
El Doctor Aurelio De Martino, viejo amigo de la familia Doubau, logró librarse de ese transe místico en el cual absolutamente todos habían caído desde la irrupción de la bella Sofía y corrió a cerrar la maldita puerta que dejaba libre el paso a la habitación de la señora Helena, ama de la mansión y única dueña de la fortuna Doubau, ya que hacía ya varios meses que su marido, el señor Esteban, había desaparecido misteriosamente y a pesar de las muchas pericias policiales y de los distintos investigadores privados que se contrataron, desde aquel 12 de julio, Esteban no había vuelto a aparecer.
La inmensa apertura fue finalmente cerrada y detrás de la puerta de roble, quedaron un puñado de sirvientes que asombrados espiaban los sorprendentes hechos que se desarrollaban dentro de esa habitación triste, lúgubre y oscura. Helena, que aún no lograba escapar de ese estado de enamoramiento total, sostenía en brazos a la pequeña Sofía, que con tan solo tres kilo doscientos y treinta y cuatro centímetros de largo, había iluminado la cara de aquella mujer que desde la ausencia física de su esposo se había hundido en una depresión de la cual, ni los doctores ni los mejores especialistas de todo el país, habían logrado sacar. Y sin embargo, la minúscula presencia de aquel pequeño ser, logró lo que la ciencia no le encontró solución
Luego de disfrutar un glorioso y pleno momento a solas con su hija, Helena llamó a la buena de Juana quien había estado con ella durante toda su vida y a quien consideraba como una madre, ya que la de ella se había desentendido hacía ya mucho tiempo, Cuando Helena tenía apenas cinco años de edad. Las malas lenguas contaron que se fue tras un profesor de filosofía que circunstancialmente se hospedaba en el hotel del pueblo. Dijeron, los que decían saber, que el susodicho andaba deambulando por la zona en busca de un editor para su último libro y que deslumbrado por la belleza de Celene, la confundió con la diosa Afrodita, o tal vez con Venus, y huyó con ella, quien sabe a que lugar y con quien intenciones, pero lo cierto es que desde aquella tarde de Junio, Helena no volvió a saber nada de su madre, pero en secreto la llamaba, con la esperanza tal vez, de que algún día regresara. Cuando la dulce Helena estaba entrando a sus quince primaveras, finalmente logró entender que su madre ya no volvería, así que sencillamente dejó de hablar del tema, hasta el sublime y bendito memento en que Sofía nació.

Juana aseó dulcemente a la hermosa recién nacida, la perfumó con colonia de fresias y jazmines y la envolvió en una mantita color rosa que ella misma le había tejido. Desde el mismo instante en que la vieja ama de llaves se enteró que Helena estaba embarazada lo aseguró:
_ . Va a ser niña.
Y como todos en la casa Doubau saben que Juana tiene algo de bruja, absolutamente nadie se animó a poner en tela de juicio las vagas, inconsistentes y vulnerables predicciones de la mujer. Así fue como Juana amó a Sofía aún antes de que existiera en el útero de su madre, la soñó en sueños, y en sueños la amó. La amó con amor de abuela, así como también, con amor de madre se había encargado de Helena hacía muchos años atrás. Así también como con amor de mujer había amado por décadas y desesperadamente a un hombre que luego de la traición de su esposa, había cerrado cada puerta y cada ventana de su vida, privándose así mismo de intentar nuevamente a ser feliz. Ricardo sin embargo, no supo darse una segunda oportunidad, no supo ver en Juana la hermosa mujer que se escondía tras ese eterno delantal color borgoña, no supo recordar la sensación de excitación cuando la vio por primera vez, con sus sensuales y a la vez inocentes 18 años, con ese acento español, que con el tiempo se había argentinizado, y con ese color en su mejillas que la hacía ver viva, plena y, que aún hoy, muchísimos años después y a pesar de los años, continuaba teniendo.

Juana amo a Ricardo, así como mucho tiempo después, postrado en una cama de clínica privada y atendido por los mejores doctores, Ricardo entendió que durante toda su vida había amado a aquella española de pechos exuberantes y generosas caderas. Ricardo había visto crecer a Juana, y Juana había dedicado su vida a él, y posteriormente lo haría con toda su descendencia. Ricardo no entendió por qué nunca se lo había dicho, por qué se auto condenó a la soledad y a la infelicidad de tener el alma vacía, y seguramente sui incomprensión fue motivo de los delirios producidos por los medicamentos que en su agonía le inyectaban para hacer mas leve sus últimos momentos en el mundo mortal. Ricardo, sin embargo, había tenido durante toda su vida muy claramente determinados los por qué de tanto silencio, de tanto sufrir por la sencilla razón de callar. En su lucidez lo supo bien: ella era una sirvienta y el su patrón.

Juana acunó durante unos instantes a la pequeña Sofía, al miraba a los ojos y le hablaba en silencio, tal vez fueron canciones de cuna, tal vez confesiones de amor, eso solo lo sabrá Juana y difícilmente lo recordará Sofía, que no dejaba de revolotear sus ojitos de almendra de lado a lado y de llamar la atención con sus intensos berridos de hora y media.

El doctor De Martino dijo que todo estaba bien, pero que de todas maneras, tanto la madre como la recién nacida necesitaban descansar, ya que el parta había resultado ser demasiado extenso y agotador. Sin embargo Helena insistía en que se sentía mejor que nunca, y que todo lo sufrido horas antes tenía sus motivos y su gratificación.
_. No todos los días se ven nacer criaturas tan bellas doctor_ murmuró Helena con el rostros sonriente y radiante.
_. El que quiere celeste, que le cueste_ la voz de Juana resonó en la antigua habitación y una risa al unísono festejó el dicho popular que con gracia inigualable entonó aquella española sensual, que con sus 46 años aún continuaba despertando pasiones entre los sectores masculinos. Sin embargo y ante la creciente demanda de hombres, Juana se continuaba enamorando cada día mas de un Ricardo que estaba mas ausente que nunca, y tal vez sin darse cuenta, repetía lo que tanto había criticado e incomprendido de su patrón; se estaba negando la posibilidad de amar y ser amada.

Los llantos de Sofía volvieron a oírse dentro de aquella habitación de paredes oscuras, luces bajas y ventanas cubiertas; y el sollozo infantil fue para De Martino un nuevo llamado, y tras sus exhortos, nadie quedó dentro del cuarto a excepción de aquella madraza a la cual nada ni nadie podría despegar de sus dos amadas niñas.

Una vez solas las tres y bajo la penumbra, Helena le juró a Juana que jamás abandonaría a Sofía, que recibiría todo el amor y la comprensión de una madre, justamente todo aquello, que en su infancia, se le fue arrebatado sin ninguna explicación. En ese momento, y por primera vez en 10 años, Helena volvió a hablar de su madre. Una madre ausente, una madre perdida, una madre ajena e indiferente ante una hija que desmoronándose en mil gritos pedía el irremplazable y dulce abrazo materno. Helena tan solo pedía una madre que con ese instinto animal la cuidara y la protegería de una sociedad que la miraba de reojo y susurraba a su paso, una sociedad que indudablemente nunca comprendió ese proverbio que dice que: cuando un dedo apuntas a alguien, hay otros tres apuntándote a ti y uno señalando al cielo.

Desde el nacimiento de Sofía, la casa volvió a ser lo que era antes de que la desgracia se instalara en la familia Doubau, antes de que Esteban desapareciera, antes de que Ricardo muriera y aún antes de que la hermosa Celene abandonara a toda la familia dejándola a la deriva de un mundo ridículo y de lengua tenaz.

Por alguna razón, la mansión de los Doubau había sido durante décadas el alberge de toda una saga familiar, y también por algún motivo, el apellido había continuado a pesar de ser Helena la única hija del matrimonio frustrado de Ricardo Doubau y Celene Fabricio. La historia de la madre de Helena era extraña, y detrás de ella, se escondían más mitos y leyendas que verdades. Contaban que la italiana llegó al país por vía marítima en un barco de cargamento y que el señor Ricardo la rescató de la indigencia y de la soledad en que se encontraba inmersa. Algunos decían que ambos se conocieron en un bar de medio pelo situado en los barrios bajos de la capital en donde ella cumplía el rol de camarera, sin embargo estos rumores nunca fueron argumentados y en la casa de los Doubau jamás nadie habló del pasado de la señora Celene, así como tampoco nadie dijo nada cuando luego de la misteriosa desaparición de Esteban, Helena comenzó a utilizar nuevamente el apellido paterno y volvió a la gran mansión con una enorme panza de cinco meses.

La casa de los Doubau, así la llamaban todos los habitantes de Campo Verde, era una de las viviendas mas hermosas de todo el pueblo y su sorprendente arquitectura deslumbraba a viajeros y pueblerinos que quedaban boquiabiertos a su paso. Al frente de la imponente construcción se levantaba uno de esos rosales que parecen haber sido sacado de un cuento de hadas, y a un costado, como olvidado, se erguía un simpático enano de jardín, esos que se encuentran en todos los jardines y que visten simpáticamente ropas de diversos colores que solo se logran con la pintura acrílica. Ese mismo enano fue compañero de juegos de Ricardo, y mas tarde de Helena y lo sería ahora de Sofía. Se comentaba entre esos grupos de vecinos que siempre comentan todo, que el dichosos enano tenía mas años que las casa Doubau y seguramente, aunque no me consta, han tejido mil y una historias en torno a su simple y dura existencia.

La noche finalmente se hizo presente y cubrió con sus tenebrosas tinieblas la magia de aquel rosedal del color indefinido, que a veces parecía naranja y a veces amarillo, y otras cuantas, creí ver que el mismo color del sol se estaba reflejando en sus pétalos. Siempre llamó mi atención como s que un lugar tan perfectamente hermoso, puede tornarse lúgubre y sin vida, con la simple salida de la luna, que expectante y testigo, vigila desde los altos, los secretos que esconde la noche.

Sofía finalmente, había logrado conciliar su sueño y Helena a su lado junto con el ama de llaves, conversaban acerca de la vida, del amor y del destino. Una conversación que se despertaría en muchas ocasiones, y que sin embargo, jamás lograrían sacar algo en limpio. Una conversación que se repite en muchas en muchas habitaciones de mujeres solitarias, de mujeres soñadoras y de mujeres que no se rinden y continúan peleando para alcanzar la meta mas codiciada: la felicidad. Una meta que hoy Helena, acababa de alcanzar.

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