Capitulo 2: Fantasmas del pasado
El fuego parecía estar por extinguirse cuando una mano fuerte, morena y varonil lo remueve un poco y hecha algunos leños a su cruel destino de ser covertidos en simples cenizas. Muy cerca del hogar jugaba una niña de ojos claros y cabelos rizados que caían suavemente sobe el rostro rosado de la paqueña; el hombre de gestos rudos y dulces a a vez le hizo una morisqueta produciendo en ella un risa contagiosa que provocó en sus mejllas redondas como las ciruelas unos simpáticos hollitos que enloquecieron de amor a su padre.
La simple mujercita que a penas alcanzaba los cinco años de edad, no entendía muchas cosas, pero cuando su padre estaba cerca, nada importaba más que escabullirse entre sus amplios brazos y dejar que detrás de aquella espesa barba oscura aparesca esa hermosa curba entre los labios dibujándole el cielo, y tal vez mucho más
Helena no había heredado nada de él. Ni su mirada oriental, ni su cabello ennegecido, ni su tez morena, ni las finas líneas que limitan la comisura de sus labios, así como tampoco, había heredado su temperamento apaciguante y extremadamente dócil. Ella era justamente la antítesis de Ricardo Doubau. Tenía los ojos color cielo y la tez blanca como la nieve, o como la espuma dl mar. Sobre su hombros se desplazaban graciosmente una manta de rizos color canela y suaves como la seda y tenía en la mirada la inigualable dulzura de se niña aún y el espiritú arrollador y pasional de tener sangre italiana. A la vista se evidenciaba el increíble parecido que madre e hija tenían, sin embargo Helena no usaría todos estos atributos naturales haste que el sabio destino o determinase.
De repente y en silencio como un ladrón en la noche, una jóven mujer entra en la habitación y rompe involuntriamente la maravillosa escena que se desarrollaba delante del hogar encendido de la casa Doubau. Helena aún continuaba entre los brazos de su padre, como no dejandolo ir, o tal vez para que se sienta acompañado en la penosa noticia que iva a recibir, porque Helena era sin lugar dudas, la mas perceptiva de toda la casa, incluso mas que la misma Juana que mucho tiempo después pronosticaría el nacimiento de la pequeña Sofía. En el abrazo de Helena había millones de mensajes subyacentes, sin embargo el mas evidente era el amor que le tenía a su padre, su imperiosa necesidad de protegerlo, de cuidarlo, de querer permanecer unida a él todos los días de su vida, y en su mente infantil, ella no podía imaginar que un momento crucial pudiese escapar de su casa para correr los brazos de un hombre muy distintos a los de su padre y que por muchisimo tiempo estaría alejada de esa persona que en ese instante estaba protegiendo como leona en vigilia.
Juana parecía no querer interrumpir aquel momento mágico entre padre e hija, sin embargo las circunstancias y su gravedad no le permitian ponerse sentimental. En sus manos llevaba una carta que si el olfato de la bella española no fallaba, llevaba impregnado el perfume de Celene. Ricardo se puso de pié, y el rostro pareció apagarsele en un abrir y cerrar de ojos, había algo en su expresión que le nublo el alma los presentes; hasta las aves del jardín parecieron notarlo y enmudecieron si aviso, ni notificación. Extendió la mano con firmeza, como no queriendo perder la calma, y tomó entre las duras extremidades aquel sobre blanco y grande, con los años Ricardo pensó que tal vez no era tan enorme, pero en ese momento aquel sobre de papel era el mounstro más temible que él, no había enfrentado jamás. Algo debió anunciarle que eran malas noticias, porque no por nada se detubo en el tiempo por unos segundos obsrvando el sobre, como sabiendo que era un gran desafío que tendría que superar. Suspiró, como poniendole fín a tanto suspenso, y l soplido pareció nacer desde lo mas profundo de sus entrañas. Miró a su hija que se encontraba de pié junto a él; tenía en los ojos las ansias y el miedo del que espera lo inesperado, pero él estaba poseido por el temor y la desesperación, los mismos sentimientos que invaden las almas de los que saben las conecuencias.
Evidentemente, el papel tenía impregnado el olor italiano de Celene, y la carta que al pié firmaba, decía así:
Querido Ricardo:
No se que se debe escribir en las cartas de despedidas, porque Adios suena muy definitivo y Hasta luego deja demasiadas puertas abiertas. Solo puedo decierte que mientras nuestro amor duró fué bellisimo, pero de la misma manera como un día llegué de tierras lejana a suelo latino, hoy me voy. Y dejo atrás este pueblo que sé, nunca volverá a ser el mismo. No quiero pecar de vanidosa, pero dejo mis huellas en este lugar; y quizás algo más.
Dejo un esposo maravilloso y una hija que fué un regalo de la vida. Un regalo demasiado valioso para esta mujer que tiene el alma con alas.
Sé que todo esto es muy difícil de comprender, pero soy una golondrina que no por madad, no puede subsistir habitando mucho tiempo en el mismo nido. Mi naturaleza es volar, y ¿Si Dios me dió alas, entonces, para que esconerlas?
Dejo en tus manos mi mayor tesoro, y confío que a tu lado tendrá lo que yo jamás podré darle. Tu y mi bella Helena estarán por siempre en mi corazón.
Hasta Siempre, Celene.
Y así, sin mas dspedida que una simple carta, Celene desapareció de la vida de la familia Doubau, llevandose con ella tan solo dos vestidos, tres bombachas y un corpiño. En la carta, escrita a puño y letra de Celene, jamás se hizo mensión de ningún profesor de filosofía ni nada por el estilo, sin embargo cuando las lenguas de las mujeres son demasiadas filosas y todas cuentan el mismo cuentito, entonces las posibilidades de que el chisme fuese certero comienza a ascender, y seguramente eso fué lo que ocurrió en el caso de los Doubau, ya que varias generaciones después, la patética y triste versión llegó a oficialisarce.
El silencio de la enorme mansión era imposible de obviar, y fué la dulce voz de Helena, quien tubo la dificíl tarea de quebrar con aquél espacio vacío. Ricardo aún seguía con la vista fija en el papel cuando escuchó a la inocente Helena anunciandole lo inescuchable.
_. Mamà se fuè y se que no va a volver_ la entereza de la pequeña, era realmente admirable. Hablò con la firmeza que una mujer de 20 años mayor, no lo hubiese podido hacer y cuidó a su padre con una fidelidad nunca vista jamás.
Ricardo abrazó a su hija con una actitud de complejo disernimiento, tal vez fué para ampararla de la desprotección de haber quedado sin madre, o tal vez fué para sentirse él mismo protegido, rodeado de esos minúsculos bracitos que le llenaban el alma y el cuerpo de paz.
(... continuará) ;-)
La simple mujercita que a penas alcanzaba los cinco años de edad, no entendía muchas cosas, pero cuando su padre estaba cerca, nada importaba más que escabullirse entre sus amplios brazos y dejar que detrás de aquella espesa barba oscura aparesca esa hermosa curba entre los labios dibujándole el cielo, y tal vez mucho más
Helena no había heredado nada de él. Ni su mirada oriental, ni su cabello ennegecido, ni su tez morena, ni las finas líneas que limitan la comisura de sus labios, así como tampoco, había heredado su temperamento apaciguante y extremadamente dócil. Ella era justamente la antítesis de Ricardo Doubau. Tenía los ojos color cielo y la tez blanca como la nieve, o como la espuma dl mar. Sobre su hombros se desplazaban graciosmente una manta de rizos color canela y suaves como la seda y tenía en la mirada la inigualable dulzura de se niña aún y el espiritú arrollador y pasional de tener sangre italiana. A la vista se evidenciaba el increíble parecido que madre e hija tenían, sin embargo Helena no usaría todos estos atributos naturales haste que el sabio destino o determinase.
De repente y en silencio como un ladrón en la noche, una jóven mujer entra en la habitación y rompe involuntriamente la maravillosa escena que se desarrollaba delante del hogar encendido de la casa Doubau. Helena aún continuaba entre los brazos de su padre, como no dejandolo ir, o tal vez para que se sienta acompañado en la penosa noticia que iva a recibir, porque Helena era sin lugar dudas, la mas perceptiva de toda la casa, incluso mas que la misma Juana que mucho tiempo después pronosticaría el nacimiento de la pequeña Sofía. En el abrazo de Helena había millones de mensajes subyacentes, sin embargo el mas evidente era el amor que le tenía a su padre, su imperiosa necesidad de protegerlo, de cuidarlo, de querer permanecer unida a él todos los días de su vida, y en su mente infantil, ella no podía imaginar que un momento crucial pudiese escapar de su casa para correr los brazos de un hombre muy distintos a los de su padre y que por muchisimo tiempo estaría alejada de esa persona que en ese instante estaba protegiendo como leona en vigilia.
Juana parecía no querer interrumpir aquel momento mágico entre padre e hija, sin embargo las circunstancias y su gravedad no le permitian ponerse sentimental. En sus manos llevaba una carta que si el olfato de la bella española no fallaba, llevaba impregnado el perfume de Celene. Ricardo se puso de pié, y el rostro pareció apagarsele en un abrir y cerrar de ojos, había algo en su expresión que le nublo el alma los presentes; hasta las aves del jardín parecieron notarlo y enmudecieron si aviso, ni notificación. Extendió la mano con firmeza, como no queriendo perder la calma, y tomó entre las duras extremidades aquel sobre blanco y grande, con los años Ricardo pensó que tal vez no era tan enorme, pero en ese momento aquel sobre de papel era el mounstro más temible que él, no había enfrentado jamás. Algo debió anunciarle que eran malas noticias, porque no por nada se detubo en el tiempo por unos segundos obsrvando el sobre, como sabiendo que era un gran desafío que tendría que superar. Suspiró, como poniendole fín a tanto suspenso, y l soplido pareció nacer desde lo mas profundo de sus entrañas. Miró a su hija que se encontraba de pié junto a él; tenía en los ojos las ansias y el miedo del que espera lo inesperado, pero él estaba poseido por el temor y la desesperación, los mismos sentimientos que invaden las almas de los que saben las conecuencias.
Evidentemente, el papel tenía impregnado el olor italiano de Celene, y la carta que al pié firmaba, decía así:
Querido Ricardo:
No se que se debe escribir en las cartas de despedidas, porque Adios suena muy definitivo y Hasta luego deja demasiadas puertas abiertas. Solo puedo decierte que mientras nuestro amor duró fué bellisimo, pero de la misma manera como un día llegué de tierras lejana a suelo latino, hoy me voy. Y dejo atrás este pueblo que sé, nunca volverá a ser el mismo. No quiero pecar de vanidosa, pero dejo mis huellas en este lugar; y quizás algo más.
Dejo un esposo maravilloso y una hija que fué un regalo de la vida. Un regalo demasiado valioso para esta mujer que tiene el alma con alas.
Sé que todo esto es muy difícil de comprender, pero soy una golondrina que no por madad, no puede subsistir habitando mucho tiempo en el mismo nido. Mi naturaleza es volar, y ¿Si Dios me dió alas, entonces, para que esconerlas?
Dejo en tus manos mi mayor tesoro, y confío que a tu lado tendrá lo que yo jamás podré darle. Tu y mi bella Helena estarán por siempre en mi corazón.
Hasta Siempre, Celene.
Y así, sin mas dspedida que una simple carta, Celene desapareció de la vida de la familia Doubau, llevandose con ella tan solo dos vestidos, tres bombachas y un corpiño. En la carta, escrita a puño y letra de Celene, jamás se hizo mensión de ningún profesor de filosofía ni nada por el estilo, sin embargo cuando las lenguas de las mujeres son demasiadas filosas y todas cuentan el mismo cuentito, entonces las posibilidades de que el chisme fuese certero comienza a ascender, y seguramente eso fué lo que ocurrió en el caso de los Doubau, ya que varias generaciones después, la patética y triste versión llegó a oficialisarce.
El silencio de la enorme mansión era imposible de obviar, y fué la dulce voz de Helena, quien tubo la dificíl tarea de quebrar con aquél espacio vacío. Ricardo aún seguía con la vista fija en el papel cuando escuchó a la inocente Helena anunciandole lo inescuchable.
_. Mamà se fuè y se que no va a volver_ la entereza de la pequeña, era realmente admirable. Hablò con la firmeza que una mujer de 20 años mayor, no lo hubiese podido hacer y cuidó a su padre con una fidelidad nunca vista jamás.
Ricardo abrazó a su hija con una actitud de complejo disernimiento, tal vez fué para ampararla de la desprotección de haber quedado sin madre, o tal vez fué para sentirse él mismo protegido, rodeado de esos minúsculos bracitos que le llenaban el alma y el cuerpo de paz.
(... continuará) ;-)
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