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Mi Novela Sin Nombre y Sin Terminar

Capítulo 3: Helena

Capítulo 3: Helena El sol salía imponente sobre el horizonte y se erguía solemne sobre el azul firmamento, finalmente, el tan esperado día había llegado, Helena cumplía sus quince primaveras.

La puerta del dormitorio de la hermosa cumpleañera se entreabrió lentamente, como si el oportuno visitante no quisiera perturbar el sueño de aquella mujercita que estaba en el umbral de un mundo casi adulto. Un mundo muy distinto a su realidad de hadas, de cuentos y de enanos de jardín. Helena se estaba convirtiendo en una mujer bella y sensata, luchadora como su madre, pero con los piés puestos sobre la tierra; con la cabeza fría al actuar, y con la racionalidad dominando todo su ser. Ella sabía lo que quería y peleaba mil batallas para logralo, pero siempre priorizando los exceletes valores que desde pequeña le había inculcado su padre. La silueta que se imponía en la puerta de la habitación era muy difícil de distinguir; un juego de luces y sombras desdibujaban su contorno aquel misterioso ser simplemente permanecía inmutable, protegido por la envolvente oscuridad que reinaba en el ambiente. Las ventanas estaban cerradas y le prohibían al sol de primavera que se penetre entre las sábanas de la jóven dormilona. La sombra sin rostro comenzó a entrar sigilosamente y en sus manos llevaba un ramito de jazmines, que a su paso perfumaba toda la atmósfera con aquel olor dulzón y penetrante. Acarició suavemente la nariz repignada de su hija con uno de los blancos pétalos entonando al instante una suave melodía de cumpleaños. En ese momento un par de ojos azules y soñolientos se abren perezosamente. En aquel espejo de cielo se reflejó la amplia sonrisa de Ricardo que con la voz ahogada en emosión le regalo a su hija l primer saludo de cumplaños.

_. Feliz cumpleaños bebe- Y mientras hablaba extendía torpemente el manojo de flores blancas que él mismo había recolectado.
Helena abrazó a su padre y juntos los dos llorarón de alegría, ella estaba dejando tras de sí, quince años de inocencia y de niñez.

_. Helena- anunció Ricardo, al mismo tiempo que se le endurecía el rostro- debemos hablar.
Por algún motivo, esas palabras significaron que a partir de ese instante había algo en la vida de Helena que iva a cambiar para siempre, y no era el mero hecho de cumplir quince años, había algo más allá, algo más profundo, algo que debía saber para entrar definitivamente al complejo y monótono mundo adulto.
Padre e hija hablaron durante mucho tiempo, tal vez fueron horas, o tal vez solo un instante que parció eterno.
El señor Doubau habló sobre aquel triste día en el que ambos, jugando delante del hogar rcibieron una carta de despedida.

_. Lo recuerdo como si fuera hoy- comenzó contando- afuera hacía mucho frío, llovía... el rosal de tu mamá estaba completamente escarchado y la noche anterior previendo la fuerte tormenta, Celene se había peocupado por las amadas flores. Vos, tenías apenas cinco años y con tus bucles bien formados atados cuidadosamente con una cinta azul paecías una pincesa salida de un cuento de hadas, desde pequeña fueron evidentes los parcidos que tenías con tu madre. El mismo pelo castaño y suave allendo con la misma gracia sobre unos hombros derechos y blancos, los mismos ojos azules que tintineaban constantemente, tan hondos y profundos como el inmenso mar que baña nuestras costas-
Cuando hace ya quince años viniste al mundo y te tube entre mis brazos por primera vez, sentí por algún motivo que toda tu pequeña existencia dependía de mi, y en ese día de invierno Helena, tub la misma sensación. El mismo miedo atroz se apoderó de mi, pero esa vez estaba tu mano pequeña, suave e infantil para acunar mi corazón desconsolado.
Ese día Helena, lo recuerdo como si fuese hoy, y por mas de un década guardé esta carta que con manos temblorosas sostube mientras lentamente y con terror en el alma leí, letra por letra la triste e irremediable partida de Celene.-

Ricardo extendió aquel sobre que con el pasar de los años se había tornado de un color amarillento y que en vez del perfume italiano de su esposa, tenía impegnado un terrible olor a humedad concecuente de tantos años de encierro y soledad.
Helena rcibió aquel sobre lleno de secretos y casi sin vacilar, lo abrió. De su interior saco un papel tamaño carta con el mismo tinte amarillo que manifestaba las huellas del tiempo. Helena leyó la carta que la había condenado a una vida sin madre, a una vida sin cuentos por la noche, sin dulces besos con sabor a frambuesa, sin inocentes confidencias. Helena había crecido sin el abrazo cálido, protector y complice de la mujer que durante nueve meses la sintió vivir dentro de si.
Luego de leer la carta, se sintió mucho más huérfana que nunca, pero como siempre se mostro entera e inmutable; guardó nuevamente el papel en su sobre- escondite y sonrio levemente a su padre, quién sentado a su lado sentía el dolor de a quien le remueven una vieja herida que a pesa del tiempo, no pudo cicatrizar.

Desde aquel verano de 1971, Helena no volvió a preguntar por su madre jamás y solo ella sabe si en sueños o en secreto alguna vez volvió a recordarla como solía hacer durante su infancia, que mirando un foto desteñida imaginaba que aquella italiana de largos cabellos volvía a buscarla, para que después de tanto tiempo los tres vivieran felices y en paz.

La fiesta de cumplaños ya estaba por comenzar, Juana estaba completamente alterada mandonendo de acá para allá a todo el servicio de lunch que el mismo señor Ricardo había contratado. La casa Doubau estaba alucinante y ni en los tiempos del casamiento de Celene y el señor, la enorme vivienda con imponente arquitectura inglesa, se había vestido tan deslumbrante para una fiesta. El bello jardín estaba alumbrado con unas extensas guirnaldas de luces que iluminaban la alfombra por la cual Helena caminaría como una pincesa hasta la puerta de la mansión donde su padre la estaría esperando para acompañarla del brazo hasta el centro del salón, donde cada mea estaría cuidadosamente adornada con jazmines blanco y cintas azules.
En las alas norte, oeste y sur se postulaban tres enormes mesas de las cuales los invitados podrían servirse lo que gustasen sus poco exigentes paladares adolescentes.

La música que anunciaba a la cumpleañera comenzó a sonar en un escenario perfecto y en la puerta de la casa Doubau estacionó un lujoso carruaje del siglo pasado de su interior surge la jovencita mas precioso que se halla visto jamás.
Tenía el cabello recogido de tal manera que solo dos bucles se desplazaban sobre aquel rostro angelical y entre los rizos delicadamente amontonados sobre la parte superior de la cabeza, sobresalía una corona de jazmines naturales que la misma Helena se había confeccionado. Vestía un vestido que en su sencillez lo ahcía aún más hermoso, blanco, como las nuves del cielo azul, blanco como su alma, solo tenía un detalle de seducción, un exótico bolado que iva de hombro a hombro dejandolos semidescubiertos ante la mirada atónita de todo el público masculino. La hermosa Helena, no tenía, ni necesitaba, mas adorno que una simple gargantilla de plata, obsequiada horas antes por quien durante toda su vida había sido su madre sucesora y en las manos, llevaba un ramo de jazmines a tono con el accesorio que acompañaba su cabello color canela.

En la inmensa puerta de roble (como eran todas las aberturas en la enorme casa Doubau) su padre la espera ansioso. La ve atracesar pausada y nerviosa la alfombra de terciopelo roja, digna de una princesa como Helena, con los ojos mirando la nada y la sonrisa estática, emocionada y feliz como no se había visto nunca antes. Ricardo tomó a su hija de la mano y la observó deslumbrado, como no pudiendo creer que tanta belleza pudiese ser real, y así, mirandose mutuamente, sonriendo y con la emosión en el pecho, entraron a la casa, donde una multitud de amigos, conocidos y familiares le dieron la bienvenida con un sonoro aplauso que parecía ser infinito.
La fiesta ocurrió en forma normal, todos comieron, bebieron, bailaron y se divirtieron notablemente, y cuando el último invitado se marchó, padre e hija bailaron el último bals, un moemto sublime y mágico que sería recordado por ambos durante toda la eternidad.

El festejo finalmente culminó, y con él se fué también el fantasma de Celene que durante mucho tiempo más no sería recordado por su hija, ni mucho menos por su esposo, que ni siquiera en momento de agonía fue traicionado por su memoria, trayendo a si imágenes que el mismo había enterrado y olvidado para siempre.

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