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Mi Novela Sin Nombre y Sin Terminar

Capitulo V: El comienzo de la revolución.

Capitulo V: El comienzo de la revolución.

_. Helena, Helena!!! Vamos!!!
_. ¿A dónde vamos?
_. Vamos Helena, hay reunión en la biblioteca.

La vos eufórica de Clara que se iva alejando a medida que la jóven abanzaba corriendo por los extensos pasillos de la universidad, denotaba que algo ocurría. Hacía meses que se estaba forjando un importante movimiento rebelde entre el alumnado, y aunque aún no daba frutos, la busqueda de un lider idóneo era una constante entre los militantes mas activos del centro de estudiantes "Victoria Comunista". El puesto bacante debía ser ocupado por alguien fuerte, perpicaz, valiente, carismático. Alguién en quien el alumnado confiara ciegamente, alguien a quien seguir sin vacilar una milesima de segundo.
Las dos entusiastas jovencitas, llegaron finalmente a la biblioteca con la respiración agitada y el pulso acelerado. En su interior medio centenar de alumnos lo escuchaban atentamente.

_. Hace media hora que esta hablando sin parar- susurró uno de los muchachos cercanos a la puerta principal de la enorme y vieja biblioteca- habla de la revolución y de las guerrillas- continuó- Esteban tiene la certeza de que el pueblo debe tomar las riendas por la situaión, de la manera que sea, pero debe estar al mando. Solo unidos podremos vencer a esta mangas de fachos asesinos.

Las ultimas palabras del muchacho se desvanecieron en el universo psiquico de Helena. Esteban, Esteban, Esteban... esa palabra era la unica que había quedado grabada en la memoria de pez de la muchacha. El nombre de aquel hombre resonaban incisivamente dentro de su cabeza. Lo miraba, lo inspexionaba, lo estudiaba. Observaba sus gestos, su manera de moverse, de hablar. Su precencia era imponente, demasiado. Perdió el hilo del discurso, solo escuchaba, a lo lejos, vagas murmuraciones de una... ¿Revolución?
Revolución, Esteban, Pueblo, Esteban, Unidad, Esteban. Helena estaba fuera de si, la mirada profunda, negra y maravillosamente mistica de aquel hombre que proclama justicia parado sobre un escritorio, la perturbaba notablemente.
Justicia, Esteban. Esa mirada era casi mística, tenía el brillo del que tiene sed de lucha, de vitoria.
Helena se traslado a un sub espacio, a un mundo solo de ella, de él, de los ideales que soñaba, defenderían juntos. Estaba en un moemnto de tranze, hipnotizada por aquel muchacho de cabellos revueltos y zapatillas gastadas.
Rebeldia. Ya no escuchaba el discurso, ya no se sentía parte de esa multitud de estudiantes. Estaba mas allá del bien y de mal, solo existiendo por él.
Sus labios eras finos, dulces, suaves, sin embargo escudriñaban palabras de odio, de bronca, de justicia social. Palabras que serían bañadas en sangre. Palabras decicivas, determinantes.
Esteban entonaba con convicción las diez letras de la Revolución.
Diez letras que salidas de sus labios, se tornaban tiernas, bellas y llenas de esperanzas; o al menos, en los oidos de Helena.

Luego de un discurso de mas de una y hora y media, el nuevo lider de la universidad de Psicología fué obacionado por una multitud de jóvenes que compartían su sentimiento. Y con ese aplauso, Esteban, se consolidó como el líder de un movimiento que torcería la historia infáme de un país gobernado por la tiranía del golpe de Estado.
Al mismo tiempo, Helena lo consolidó como el hombre que cambiaría su propia Historia; aunque él aún, no lo supiera.

_. Argentina esta siendo dominada por un grupo de asesinos impunes, docenas de compañeros, amigos, vecinas, familiares y conocidos desaparecen día a día por luchar por un ideal, por pensar en voz alta, por quebrantar un silencio estúpido impuesto por un régimen militar por demás autoritario. El espiral del miedo es su arma mas fuerte, su herramienta mas confiable, su aliado mas cruel. Si logramos acabar con ese temor que nace desde las entrañas del cuerpo social, entonces llegaremos al corazón de este gobierno fachista y torturador. Es hora de levantar los brazos, de unirnos, de comenzar con la lucha por la libertad, por la vuelta a la democracia. Nuestros derechos han sido ultrajados, nuestras mujeres violadas, nuestros hijos regalados como si fueran una simple mercaderia. Es hora del cambio. Nosotros somos las herramientas para lograrlo.... y como dijo el comandante: HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!!! -

La biblioteca pareció desmoronarse en un segundo, los gritos de aquellos jovenes hubiesen podido derrotar a 20 málditos régimenes militares, sin embargo la situación era mucho mas dramática de lo que Esteban decía. Era mucho mas cruel de lo que cualquier mente humana podía imaginar. Lo que para esos tiempos pasaba en Argentina, era realmente inhumano, una canallada que regaria nuestras tierras con sangre y que sería recordada por los siglos de los siglos.
Sin embargo, incréulos a como se irían desencadenando los hechos, la multitud de estudiantes de psicología, en su mayoría ingresantes, ovacionaron a Esteban recargando en sus espaladas la dificil tarea de ser el jefe de la Revolución Estudiantil.

Durante el día, la facultad de psicología de Campo Verde, funcionaba como cualquier institución pública en tiempos de dictadura. Los largos pasillos se matenían silenciosos, y las paredes guardaban el secreto de las reuniones que por la noche, se desarrollaban en la biblioteca principal del lugar. Los alumnos en los tiempos libres entre cátedra y cátedra hablaban de esas trivalidades que suelen protagonizar las charlas de jovenes en el umbral de la adultez, pero que aún les cuesta dejar su cómodos lugares de infantes. Ellos hablaban de fútbol, de música, de mujeres a veces, y de sexo otras tantas. Ellas en cambio hablaban de el mundo de los famosos, de la última adquisición colgada cuidadosmente en su ropero y por supuesto, de Ellos.

_. Muchachas- dijo sonrosada Helena- creo que ultimamente no he sido una buena amiga, ya que corrompí nuestro código.
El grupo de las amistades de Helena, tenía un acuerdo firmado con sangre de sus pulgares, donde juraban que jamás se ocultarian cosas entre ellas. Por ahí a un alma adulta, le pudo parecer un estúpido pacto, incluso ellas mismas se reirian en la posterioridad, sin embargo para jovencitas de 18 años, un trato firmado con sangre de sus pulgares, era similar al mas valioso contrato con escribano y todo.
_. Esteban y yo nos hemos besado el viernes, a la salida de la decimoquinta reunion de "Victoria Comunista"
_. ¡Por Dios Helena! ¿Como fuiste capáz?
Helena permaneció el silencio, tal vez se sentía un poco avergonzada por esto, ya que para ese entonces, se tenía bastante mal visto que un hombre besase en la boca a una jovencita sin antes presentarse en su casa para pedir permiso a su padre.
_.¡Como fuiste capàz de no contarme apenas ocurrió! - concluyó Clara, estallando en una risa que contagió a todo el grupo.
Helena rió con ellas, y luego de estar segura de haber recibido la aceptación del grupo, contó con lujos de detalles, aquel primer beso.

Era Viernes. La decimoquinta reunión del centro de estudiante había culminado, las ideas eran cada vez más claras, Esteban trabajaba mucho para sacar adelante un grupo con principios fuertes anclados en una base netamente comunista; muchas veces se juntaban a leer libros, o Esteban hablaba de la historia de Cuba y de su revolución.
_. Fidel fué y será el principal actor en la historia de Cuba- contaba- El liberó al pueblo del imperialismo yanqui, se resistió al bloqueo establecido en cuba por mas de treinta y cinco años, fue un luchador internacionalista nato. El trabajo que el Jefe comandante Fidel Castro desplegó, no debe ser el vano, debe constituir la base del socialismo en toda América Latina. Pero no queremos un socialismo barato, no queremos meras palabras de justicia social que se las llevará el viento. Basta de dar el pescado a los pobres sin enseñarles a pescar. Nuestra tarea es luchar no solo por la liberación de los pueblos, sino para que una vez libres, poseean las herramientas por no volver a ser subditos de un poder facho y maloliente. Un poder que con su pudredumbre nos terminará apestando a todos. Hay que limpiar a nuestro país de estos hedientos del diablo. Hay que levantar la bandera de victoria, resusitar a nuestros derechos, romper con asquerosos escalafones sociales, tirar abajo la pirámide elitista, aprender a amar a nuestro prójimo, valorizar el derecho al voto y priorizar la educación publica y gratuita, así gente, así no nos volveran a vencer- y las palabras resonaban en la biblioteca como la unica verdad universal, y no porque Esteban no estubiese abierto a críticas y a nuevas ideas, sino porque hablaba con tal convicción, que nunca a nadie se le ocurrió poner en tela de juicio aquellas palabras que con inugualable firmeza salian de su garganta rebelde. La mirada parecía explotarle cuando hablaba de la Revolución, de Fidel, del Che. Tal vez fue Esteban el primer y único comunista nato en todo el país. Tal vez, solo tal vez.

Luego de la reunión, los jóvenes se dispersaron, escabullendose por las distintas alas de la universidad, debian salir en silencio, escondidos, separados, sin llamar la atención. El proceso de la salida del establecimiento, había sido repetido verbalmente por Esteban unas mil veces, ya que era un aspecto fundamental. Si algún facho sospechaba de esas reuniones nocturnas en la universidad de psicología, no solamente sería el final de "Victoria Comunista", sino de muchos de los integrantes de la agrupación rebelde, que tenía el tupé de hablar de una revolución.
Helena, fué una de las ultimas en salir, Esteban siempre esperaba a que todos sus compañeros estén afuera para dejar la biblioteca y apagar la luz.
_. ¿Por qué estás en esto? - susurró Esteban en la otra punta de la biblioteca.
Helena sacó la vista de una de las obras de Marx que estaba leyendo por segunda vez, tal vez por simple palcer, tal vez por intentar entenderla más.
_. Por que creo lo mismo que vos, lo mismo que todos- no entendió muy bien con que intenciones estaba él preguntando esas cosas, pero si lo conocía como creía, sabía que no era una pregunta realizada unicamente para entablar conversación-
_. Muchos pueden finjir no saberlo, pero a pesar de tu ropa vieja, de tus cabellos largos y recotados en forma desprolija, sabemos que vienes una familia de buena posición económica.
_. Como?
_. ¡Por Dios Helena! ¡Ya basta! ... ¿Cual es tu intención? ¿Sos una infiltrada? ¿Sos parte de ellos? ¿Que esperas para entregarnos?
Helena permaneció en silencio, no podía creer lo que estaba escuchando. Y lo que más le dolía es que fuera Esteban quien pensara eso. Ella que había peleado con su padre por entrar a la facultad. Ella eterna defensora de los derechos humanos. Ella que creía fielmente en la legitimidad de la revolución. Ella que odiaba mas que nadie a esa manga de militares asesinos, casatradores de sueños, aniquiladores del futuro. Ella que pronto se convertiría en uno de los pilares de la Revolución Estudiantil.
_. ¿Pero quien te crees que sos vos para juzgarme de esa manera?- Helena se levantó de aquella mesa y cerró de un golpe la obra de Marx. Estaba furiosa, sus ojos largaban chispas de odio, de dolor, de indignación- ¿Te pensás que porque te paras sobre una mesa a gritar sobre la revolución sos el único que cree en ella? ¿Te pensás que porque nací en cuna de oro, no puedo creer en la igualdad social? ¿Ser una Doubau me quita acaso el privilegio de patear traseros militares?
Estas expresiones de Helena, no puedieron mas que divertir enormemente a Esteban y producirle una cínica risita. La actitud de la muchacha lo sorprendió. Él, verdaderamente pensaba que detrás de esos rasgos finos se escondía una niña malcriada, amante de la buena vida, de los vestidos costoso, de los zapatos de tacones. Jamás pensó en las reales convicciones de Helena, siempre la miró como se mira a sapo de otro pozo. La miró como una de ellos, y tal vez fue mirarla así, lo que no lo dejó mirarla realmente.
_. ¿Patear traseros militares?
Primero silencio, ecos de nada, incertidumbre, bronca, indignación, sorpresa, descubrimiento, encuentro. Una mescolanza de sentimientos enfrentados flotaba en el aire. Un minuto, dos, tres. Miradas opuestas. Firmes. Sin pestañar. Ninguno daría el brazo a torcer. Peleaban por poder, por ser dueños de la verdad. Cada uno desde su extremo, sin dar medio paso el falso, sin dejarse llevar por la indudable atracción que incremetaba en cada segundo.
Pronto las risas se hicieron presente dentro de esa enorme biblioteca, nunca mas oportunas, ya que cortaron con una atmósfera que estaba pasando de castaño a castaño oscuro. Ambos habían sido concebido con un carácter fuerte, inquebrantable. El de ella heredado de su madre, el de él, vaya a saber uno. Tal vez el mismo Esteban lo fué forjando a medida que vivía.
Vacilante, lento, casi sensualmente se acercó. Helena no se había movido de su lugar, aún permanecía inmutable, pero cada paso de él, la hacía mas vulnerable. Cuando se encontraron a la escaza distancia de veinte centimetros, Esteban extendió su mano derecha en señal de tregua, y Helena, sonriendo y sintiendose victoriosa, estrechó la de ella.
Juntos en la misma mesa, hablaron mucho. De Fidel, de Perón, de los distintos golpes militares que habían surgido desde entonces. Hablaron de tanto, que no se dieron cuenta que hacía rato habían quedado solos en toda la universidad; hacía rato que ambos jóvenes debían haber salido, sin embargo, la charla era tan grata, que ninguno de los dos se atrevía a terminar con ella.
Nadie puede saber cuantas horas estubieron en la biblioteca, pero al salir, los dos supieron que algo fuerte se estaba forjando entre ellos. Tal vez fuese amor, tal vez complicidad. Quien sabe. Pero el beso de despedida, seguramente sabió mas a un deseo incontrolable, que no mucho tiempo después daría su primer y unico fruto.

La luna, las paredes y los libros empolvados, fueron los únicos testigos. Esteban miro fijo a aquellos ojos azules. Nunca antes se había percatado de su belleza, de su profundidad, de su trasparencia. Retiró aquel pañuelo morado de la cabeza de helena dejando al descubierto aquella extensa cabellera castaña clara. Es verdad, el cabello estaba cortado en forma desprolija, quizás por la misma Helena, quizás otra huella de rebeldía; sin embargo él lo sintió suave al tacto rudo de su mano varonil. Tenía olor dulce, a fresias o a jazmines, o tal vez a alguna colonia compuesta por ambas escencias. Sus manos bajaron por ese rostro blanco y suave, lo sintió bajo su palma pesada, la deseo. Pero esa noche, Esteban se conformó con un simple beso sobres los labios. Un beso dulce, embriagante, narcotizante. Un beso repleto de placeres prohibidos, de sueños futuros, de la unión infalible para la victoria.

Capítulo 4: Contexto Político

Capítulo 4: Contexto Político

En la casa Doubau hacía rato que no se veía el noticiero y que lo diarios permanecian sin ser retirados en el kiosco de don Mateo. La radio había enmudecido de golpe y la actualidad del país era solo un tema que el mismo Ricardo escudriñaba. Nada más. La gran casona, era como una pequeña isla, donde ninguna información manipulado por un cuarto poder vendido/comprado podía filtrarse. Ricardo tenía la creencia (no demasiado errada) de que las noticias nacionales eran manejadas por un grupo de málditos elitistas; los mismos que en ese momento manejan la gran marioneta Argentina.
_. Apague ese televisor Juana, ¡Que me vienen a hablar de homegeneidad social.... a mi con esos cuentitos baratos no me van a enredar, quieren que seamos una estúpida masa de gente maleable. A mi no me van a vender ese saco de patrañas! - las palabras del señor Doubau se repetian una y mil veces en distintas situaciones, y cuando el general Agusto Zoto dió el primer golpe de Estado al gobierno democrático, él ya lo había pronosticado hacía al menos, una docena de años. A pesar de si increible perspectiva futura y su sabio entendimiento hacia los asuntos políticos, Ricardo nunca había militado para ninguna agrupación; sus palabras izquierdistas y sensatas morían dentro de las paredes de la gran casona de Campo Verde, sin mas auditoria que Juana y la hermosa Helena, que a medida que trascurrían los años se volvía mas plena, mas noble y mas encerrada en sus propios ideales.

Los aires del país estaban cada vez mas convulcionados, y una vez mas, las palabras de Ricardo resonaron como ecos mortales.
_. Se avecina otro golpe de Estado- anunció- el más grande y cruel que nunca antes se había visto en Latinoamerica.

Hacían veinte largos minuots que Helena se encontraba frente al espejo, no podía creer que el momento había llegado. Peinó popr decimotercera vez su extensa cabellera y la cubrió con un pañuelo morado. Se miró otra vez. Sí, estaba perfecta, indudablemente nadie en la universidad sospecharía que era la unica heredera de semejante fortuna. Se alejó un poco del espejo para mirarse de arriba a abajo por ultima vez: camisola blanca, vaqueros gastados, franciscanas de cuero, bolso crizado y los tres primeros dossiers de psicología bajo el brazo derecho. Todo este reflejo de adolescente rebelde, se coronaba con una amplia sonrisa y una mirada perpicaz, caracteristas que a sus 18 años, ya había adoptado como muy suyas. Sí, los 60´ ya habían quedado atrás, y los 70´ prometían un futuro nefasto. Pero helena estaba dispuesta a luchar.
Bajó las extensas escaleras de roble lustrado y con mirada desafiante caminó al sillón donde su padre saboreaba un dulce cigarrillo de tabaco. Helena, levantando una de sus cejas perfectamente depilada, anunció su retirada y vió en camara lenta la expresión que con inigualable instanteneidad se dibujó en el rostro de su padre. Ricardo retiró la pipa de sus labios y por unos segundos desvió la vista de aquel viejo libro que seguramente hablaba sobre la segunda guerra mundial o algo así.
_. Señorita- comenzó el señor Doubau hablando entre lo sacarstico y la ironía- ¿A donde piensa que va ustede disfrazada de esa manera?
Helena permaneció inmutable, y parecía no tener intenciones de querer contestar. Hacía tiempo que la relación entre padre e hija venía con amenazas de crisis, y contra todos los pronósiticos de Juana, esta vez, el quiebre era inminente. Helena continuó sin contestar y continuaría así, muchisima tiempo más.
El portazo de la puerta Doubau rezonó en cada rincón de Campo Verde y la jóven de aspecto desaliñado dejó atrás de sí un padre que a pesar de los inútiles esfuerzos, no lograba comprender que estúpida razón llevo a su hija a entrar en una facultad de locos, vestida como indigente, o lo que es peor, con la aparencia de una hippie con inconsistentes ideas revolucionarias.
Cerca de la universidad, Helena tampoco entendería la trsite postura de su padre que sentado desde un sillón fumando tabaco, criticaba a un sistema de asesinos y corruptos, sin siquiera levantar un dedo por cambiar una realidad que terminaría por aplastar al país entero.

El escennario era imponente, o al menos así lo creyó Helena. Cuando llegó descubrió que había al menos un centenar de chicas que lucían igual que ella, y se preguntó cuantas de esas camisolas de colores y vaqueros rotos, pertenecían verdaderamente al ropero de las jovencitas que en ese momento desfilaban por el pasillo de la enorme universidad.
El lugar estaba minado de mentes jóvenes, de mentes brillantes, de mentes abiertas y revolucionadas para impulsar un cambio, solo era necesario que una de esas mentes se animara a quebrar el silencio, pero sin gritar, ya que a esa altura todos sabían que gritar no era buena idea.
_. Soy Clara, mucho gusto, y vos sos...?
_. Helena, mucho gusto tambien.
Clara fué el primer contacto que Helena tubo dentro de ese semillero de seres pensantes, y tambien era una ingesante de la carrera de psicología. Al igual que Helena, había entrado a la universidad para obtener las herramientas necesarias para el "cambio". Posiblemente nadie allí adentro supiera realmente en que consitía ese cambio que utilizaban emblematicamente como respuesta a todas las preguntas, pero su meta era eso; esa palabra de seis letras que daba sentido a su existencia como Estudiantes Universitarios.

En Argentina las cosas seguian por mal camino, el general Hernesto Lorenzo había tomado las riendas del poder y los desaparecidos ivan en ascenso. El país estaba cubierto de sombras, de sangre y de un terrible y cobarde silencio. Un silencio que reinaba en cada mesa, un silencio que callaba cada levantamiento rebelde, un silencio que enmudeció a periodistas y ciudadanos, un silencio tan omnipresente que daba miedo. Un silencio que a pesar de todo, fué expulsado de los pasillos de algunas unversidades; universidades que "murmurarnado" pedían un cambio.

_. ¡Cambio! ¡Por Dios Helena! ¡Cambio a qué?! ... A dudas penas te sabes cambiar los calzones y queres ser parte de un cambio nacional?-
_. No papá... yo estoy hablando de un cambio internacional, toda latinoamérica debe ser liberada.
_. ¡JA! Por fabor mocosa, no me hagas reír que me duele la hería ... querés?
_. No es para que te rias papá, tampoco te estoy pidiendo permiso. Si vos queres permanecer en tu postura tibia y ináctiva allá vos. Con tu silencio tambien estas siendo parte de esta masacre. ¡No me hables mas de lo justo, ni de ideas socialistas entonces! Yo tengo la convicción de que si el pueblo se une podremos hacerlo.

Ricardo siempre había tenido sus ideales anclados en el socialismo, sin embargo el tiempo y su postura de ser uno de los mas importantes inversores de Campo Verde, le habñían enfriado bastante la sangre ubicandolo en un mediocre rol de conformismo. Helena en cambio había superado los ideales socialistas que habían dominado durante años el andar su su padre, inclinandose mas hacia ona orientación comunista que solo asustaba a su padre y lo alejaba cada vez más de sus principios de hombre de pueblo.

Ricardo Doubau, en el fondo, lo sabia... "... si el pueblo se une podremos hacerlo" la vos decidida de Helena resonaba en su cabeza. Lo sabía, lo sabía... pero no quiería perder a su unica hija. La realidad polìtico -social era determinante, y a pesar de esconder detras de esa imagen de impresaría frio y despreocupado, el tambien hubiese querido luchar. Y tal vez, en distintas circunstancias, lo hubiese hecho. Pero ahora su priporidad era Helena, los tiempo de la revolución habían quedado atrás. Pero, ¿Cuanto mas podría detener a esa jóven rebelde, convencida y llena de ideales? ¿Cuanto tiempo pasaría hasta que Helena abandonase el nido paterno para volar, como ella decía, el busca de la liberación de los pueblos latinoamericanos?

La situación prendía de un hilo, y el señor Doubau lo tenía bien claro.

Capítulo 3: Helena

Capítulo 3: Helena

El sol salía imponente sobre el horizonte y se erguía solemne sobre el azul firmamento, finalmente, el tan esperado día había llegado, Helena cumplía sus quince primaveras.

La puerta del dormitorio de la hermosa cumpleañera se entreabrió lentamente, como si el oportuno visitante no quisiera perturbar el sueño de aquella mujercita que estaba en el umbral de un mundo casi adulto. Un mundo muy distinto a su realidad de hadas, de cuentos y de enanos de jardín. Helena se estaba convirtiendo en una mujer bella y sensata, luchadora como su madre, pero con los piés puestos sobre la tierra; con la cabeza fría al actuar, y con la racionalidad dominando todo su ser. Ella sabía lo que quería y peleaba mil batallas para logralo, pero siempre priorizando los exceletes valores que desde pequeña le había inculcado su padre. La silueta que se imponía en la puerta de la habitación era muy difícil de distinguir; un juego de luces y sombras desdibujaban su contorno aquel misterioso ser simplemente permanecía inmutable, protegido por la envolvente oscuridad que reinaba en el ambiente. Las ventanas estaban cerradas y le prohibían al sol de primavera que se penetre entre las sábanas de la jóven dormilona. La sombra sin rostro comenzó a entrar sigilosamente y en sus manos llevaba un ramito de jazmines, que a su paso perfumaba toda la atmósfera con aquel olor dulzón y penetrante. Acarició suavemente la nariz repignada de su hija con uno de los blancos pétalos entonando al instante una suave melodía de cumpleaños. En ese momento un par de ojos azules y soñolientos se abren perezosamente. En aquel espejo de cielo se reflejó la amplia sonrisa de Ricardo que con la voz ahogada en emosión le regalo a su hija l primer saludo de cumplaños.

_. Feliz cumpleaños bebe- Y mientras hablaba extendía torpemente el manojo de flores blancas que él mismo había recolectado.
Helena abrazó a su padre y juntos los dos llorarón de alegría, ella estaba dejando tras de sí, quince años de inocencia y de niñez.

_. Helena- anunció Ricardo, al mismo tiempo que se le endurecía el rostro- debemos hablar.
Por algún motivo, esas palabras significaron que a partir de ese instante había algo en la vida de Helena que iva a cambiar para siempre, y no era el mero hecho de cumplir quince años, había algo más allá, algo más profundo, algo que debía saber para entrar definitivamente al complejo y monótono mundo adulto.
Padre e hija hablaron durante mucho tiempo, tal vez fueron horas, o tal vez solo un instante que parció eterno.
El señor Doubau habló sobre aquel triste día en el que ambos, jugando delante del hogar rcibieron una carta de despedida.

_. Lo recuerdo como si fuera hoy- comenzó contando- afuera hacía mucho frío, llovía... el rosal de tu mamá estaba completamente escarchado y la noche anterior previendo la fuerte tormenta, Celene se había peocupado por las amadas flores. Vos, tenías apenas cinco años y con tus bucles bien formados atados cuidadosamente con una cinta azul paecías una pincesa salida de un cuento de hadas, desde pequeña fueron evidentes los parcidos que tenías con tu madre. El mismo pelo castaño y suave allendo con la misma gracia sobre unos hombros derechos y blancos, los mismos ojos azules que tintineaban constantemente, tan hondos y profundos como el inmenso mar que baña nuestras costas-
Cuando hace ya quince años viniste al mundo y te tube entre mis brazos por primera vez, sentí por algún motivo que toda tu pequeña existencia dependía de mi, y en ese día de invierno Helena, tub la misma sensación. El mismo miedo atroz se apoderó de mi, pero esa vez estaba tu mano pequeña, suave e infantil para acunar mi corazón desconsolado.
Ese día Helena, lo recuerdo como si fuese hoy, y por mas de un década guardé esta carta que con manos temblorosas sostube mientras lentamente y con terror en el alma leí, letra por letra la triste e irremediable partida de Celene.-

Ricardo extendió aquel sobre que con el pasar de los años se había tornado de un color amarillento y que en vez del perfume italiano de su esposa, tenía impegnado un terrible olor a humedad concecuente de tantos años de encierro y soledad.
Helena rcibió aquel sobre lleno de secretos y casi sin vacilar, lo abrió. De su interior saco un papel tamaño carta con el mismo tinte amarillo que manifestaba las huellas del tiempo. Helena leyó la carta que la había condenado a una vida sin madre, a una vida sin cuentos por la noche, sin dulces besos con sabor a frambuesa, sin inocentes confidencias. Helena había crecido sin el abrazo cálido, protector y complice de la mujer que durante nueve meses la sintió vivir dentro de si.
Luego de leer la carta, se sintió mucho más huérfana que nunca, pero como siempre se mostro entera e inmutable; guardó nuevamente el papel en su sobre- escondite y sonrio levemente a su padre, quién sentado a su lado sentía el dolor de a quien le remueven una vieja herida que a pesa del tiempo, no pudo cicatrizar.

Desde aquel verano de 1971, Helena no volvió a preguntar por su madre jamás y solo ella sabe si en sueños o en secreto alguna vez volvió a recordarla como solía hacer durante su infancia, que mirando un foto desteñida imaginaba que aquella italiana de largos cabellos volvía a buscarla, para que después de tanto tiempo los tres vivieran felices y en paz.

La fiesta de cumplaños ya estaba por comenzar, Juana estaba completamente alterada mandonendo de acá para allá a todo el servicio de lunch que el mismo señor Ricardo había contratado. La casa Doubau estaba alucinante y ni en los tiempos del casamiento de Celene y el señor, la enorme vivienda con imponente arquitectura inglesa, se había vestido tan deslumbrante para una fiesta. El bello jardín estaba alumbrado con unas extensas guirnaldas de luces que iluminaban la alfombra por la cual Helena caminaría como una pincesa hasta la puerta de la mansión donde su padre la estaría esperando para acompañarla del brazo hasta el centro del salón, donde cada mea estaría cuidadosamente adornada con jazmines blanco y cintas azules.
En las alas norte, oeste y sur se postulaban tres enormes mesas de las cuales los invitados podrían servirse lo que gustasen sus poco exigentes paladares adolescentes.

La música que anunciaba a la cumpleañera comenzó a sonar en un escenario perfecto y en la puerta de la casa Doubau estacionó un lujoso carruaje del siglo pasado de su interior surge la jovencita mas precioso que se halla visto jamás.
Tenía el cabello recogido de tal manera que solo dos bucles se desplazaban sobre aquel rostro angelical y entre los rizos delicadamente amontonados sobre la parte superior de la cabeza, sobresalía una corona de jazmines naturales que la misma Helena se había confeccionado. Vestía un vestido que en su sencillez lo ahcía aún más hermoso, blanco, como las nuves del cielo azul, blanco como su alma, solo tenía un detalle de seducción, un exótico bolado que iva de hombro a hombro dejandolos semidescubiertos ante la mirada atónita de todo el público masculino. La hermosa Helena, no tenía, ni necesitaba, mas adorno que una simple gargantilla de plata, obsequiada horas antes por quien durante toda su vida había sido su madre sucesora y en las manos, llevaba un ramo de jazmines a tono con el accesorio que acompañaba su cabello color canela.

En la inmensa puerta de roble (como eran todas las aberturas en la enorme casa Doubau) su padre la espera ansioso. La ve atracesar pausada y nerviosa la alfombra de terciopelo roja, digna de una princesa como Helena, con los ojos mirando la nada y la sonrisa estática, emocionada y feliz como no se había visto nunca antes. Ricardo tomó a su hija de la mano y la observó deslumbrado, como no pudiendo creer que tanta belleza pudiese ser real, y así, mirandose mutuamente, sonriendo y con la emosión en el pecho, entraron a la casa, donde una multitud de amigos, conocidos y familiares le dieron la bienvenida con un sonoro aplauso que parecía ser infinito.
La fiesta ocurrió en forma normal, todos comieron, bebieron, bailaron y se divirtieron notablemente, y cuando el último invitado se marchó, padre e hija bailaron el último bals, un moemto sublime y mágico que sería recordado por ambos durante toda la eternidad.

El festejo finalmente culminó, y con él se fué también el fantasma de Celene que durante mucho tiempo más no sería recordado por su hija, ni mucho menos por su esposo, que ni siquiera en momento de agonía fue traicionado por su memoria, trayendo a si imágenes que el mismo había enterrado y olvidado para siempre.

(...) continuación del capitulo 2 "Fantasmas del Pasado"

(...) continuación del capitulo 2  "Fantasmas del Pasado"

Juana se mantenía espectante, como deseando ella también consolar a aquel hombre que durante toda su vida había sido el motivo de sus más secretas fantasías, no podía verlo sufrir con tanto desconsuelo, no soportaba verlo tan enfermo de amor. Sin embargo Ricardo no percibió la presencia de la española, que a un costado y en silencio esperaba inutilmente ser descubierta por una persona que aún muchos años después continuaría viendola tan solo como una sombra, como un espectro que pasa sus días diambulando por la casa, siempre sonriente, siempre callada, y con el corazón quebrado en mil pedazos.

Paso mucho tiempo hasta que Ricardo dejó de soñar a Celene. Se despertaba por las noches llamándola a gritos y hasta en ocaciones creyó verla pasear por el jardín de la casa, cerca del rosedal al que tantas horas de su vida le habìa dedicado. Ricardo la veía, y sus apariciones parecían tan reales que cuando se desvanecían en el aire el gusto amargo de haberla perdido otra vez, permanecía durate días, hasta que nuevamente, Celene volvía a aparecer, tan bella y simple como siempre, con su cabello enmarcando perfectamente su rostro angelical, con sus ojos azules que hechaban chispas con tan solo observarla un instante. Vestía esa túnica blanca que usaba siempre para dormir y que la hacía ver aún mas celestial, aún mas hermosa, aún mas irradiante de vida.
El doctor Aurelio De Martino, llegó a creer que las ilógicas apariciones de Celene, tenían que ver con un desorden psiquiátrico producido en el cerebro de Ricardo luego de la no tan inesperada partida de la bellisima Italiana. Sin embargo, cuando las heridas comenzaron a cerrar, también comenzaron a irse esas misteriosas apareiciones y poco a poco la vida en la casa Doubau comenzó a ser la misma. Helena volvió a jugar en el jardín junto al legendario enano y a reir por los extensos pasillos de la mansión; Ricardo se dispuso a re- ocuparse de sus negocios, los cuales había descuidado notablemente en los ultimos meses y Juana, albergando mil esperanzas, continuó con sus quehaceres diarios y se dedicó por pedido exclusivo del señor Doubau al cuidado del resedal de Celene.
Todos en la enorme casona respiraban una atmosfera de paz total, la cual se mantubo (variando solo en algunas ocaciones) hasta el momento en que Helena entyró en la universidad y conoció a Esteban, un muchacho que tenía sus ideales anclados en las guerrillas y en la revolución.

Luego de que la esquizofrenia repentina del señor Doubau pasó, Helena también volvió a ser la niña sonriente y feliz que solìa ser, sin embargo, muchas veces y en secreto añoraba el regreso de su madre, de la cual tenía un vago recuerdo y algunas fotografías. Una tarde de verano, mientras Juana le cepillaba el largo y sedoso pelo a Helena (que cada vez se parecía mas al de su madre) la pequeña comezó a interrogar a aquella atractiva gallega que tan bien había oupado el bacante rol materno en la vida de la niña.

_. Juana, ¿Puedo hacerte una pregunta? Hurgó Helena, aún sabiendo que si la respuesta era negativa, de alguna otra manera, iva a sacear su sed de saber.
_. ¡Ay mi niña!- suspiró Juana- cuando comienzas a ponerte curiosa me das miedo. ¡Dilo de una vez! ¿Que es lo que quieres saber?
El silencio reinó por un instante dentro del cuarto de la unica herdera de la fortuna Doubau, pero pronto lo inconfundible y chillona voz de Helena rompió ese eco de nada generador de un suspenso insoportable, capaz de enloquecer cualquier alma sensata.
_. No recuerdo el día en que mamá se fué- comenzó diciendo- pero tampoco nunca nadie intentó mantener vivo su recuerdo.
El silencio volvió a instalarse dentro de aquel dormitorio infantil, donde la escencia de la pequeña parecía haberse impregnado en las fías y rosadas paredes adornadas tan solo con algunas fotografías. En la pared que apuntaba al sur, se postulaban una serie de marcos de madera que sostenian el retrarto de Helena en su tercer cumpleaños, pequeña y bella, con sus bucles color canela apenas tapándole las orejas y con esa amplia sonrisa que dejba al descubierto una pequeña hilera de perlas blancas. En la pared del este se imponía un inmenso ventanal con la vista al jardín de la casa Doubau, y cuando amanecía, en el rosal de Celene, se podía reflejar la luminosidad cálida y potente de la luz solar.
Mucho tiempo después la gente contó que el hermoso rosedal era cuidado por Celene con más atención de la que le ponía a su propia hija y que el motivo de tan ridícula actitud era que la bella Italiana reflejaba en el rosal su propia imágen. Era una planta hermosa, las mas hermosa entre todas la de su misma especie, sin embargo tenía la maldición de poseer grandes espinas y lastimar profundamente a todos aquellos que la quisieran poseer.
Las diferentes historias del rosedal continuaron circulando por todo Campo Verde y posiblemente, los nietos de Sofía escucharan alguna vez una trsite historia de una doncella y su rosedal.
Las otras paredes de la habitación estaban solitarias, desnudas y espectantes a la emblemática conversación que estaba ocurriendo dentro del recinto que ellas contenían.

_. No logro comprender- continuó diciendo Helena- ¿Por quá su habitación está cerrada con llave, por qué sus fotos desaparecieron de la casa, por què sus cosas están aucentes. Pero lo que menos entiendo, es por que motivo, se me negó la posibilidad del recuerdo?-

La voz de Juana pareció haber sido ahogada en lo mas profundo de su pecho, ¿Como explicarle a una niña de 9 años todo lo que había ocurrido desde el día en que en esa misma casa. a tan solo tres habitaciones, su padre y ella habían recibido una carta que cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre?
_. Mi dulce Helena- comenzó susurrando Juana, sin dejar de cepillar los suaves rizos que caían graciosamente sobre la espalda erguida de la pequeña- Hay tantas cosas que jamás comprenderás, pero de todos modos, si aún continuas con ganas de entender tu historia, entonces debes dirigirte a tu padre, que él sabrá saldar tus dudas.-

La pequeña mujercita Doubau seguía sin comprender, y por alguna razón no recordaba nada referido a su madre y solo conservaba de ella unas viejas fotografías que halló olvidadas en un viejo cajón. Juana había jurado lealtad a Ricardo y sabía que si responía las preguntas de la niña se podía desatar una guerra campal entre padre e hija, y ella no quería responsabilizarse de semejante atrosidad, especialmente considerando la estrecha relación existente entre el señor Doubau y la jóven heredera.
Además como contarle a una niña que busca desesperadamente aferrarse a la imágen materna, que hace cuatro años su madre los abandonó sin más explicación que una insulsa carta. Como contarle que en un arrebato de bronca, su padre envolsó todas sus pertenencias , incluyendo las fotos, y las quemó en un fogón jurando no volver a enamorarse jamás. Como explicar esa traición de Celene y esa condena autoproclamada por Ricardo. ¿Como podría una niña de 9 años, entender tanta desgracia?
Lo interrogantes de Juana se repetían insesantemente en la cabeza de Rivardo que sabía, llegaría el día en que Helena desearía conocer què ocurrió con su madre, pero a pesar de la insistencia de la pequeña, ella no sabría la verdad hasta el importante momento de su decimoquinto cumpleaños.

Capitulo 2: Fantasmas del pasado

El fuego parecía estar por extinguirse cuando una mano fuerte, morena y varonil lo remueve un poco y hecha algunos leños a su cruel destino de ser covertidos en simples cenizas. Muy cerca del hogar jugaba una niña de ojos claros y cabelos rizados que caían suavemente sobe el rostro rosado de la paqueña; el hombre de gestos rudos y dulces a a vez le hizo una morisqueta produciendo en ella un risa contagiosa que provocó en sus mejllas redondas como las ciruelas unos simpáticos hollitos que enloquecieron de amor a su padre.

La simple mujercita que a penas alcanzaba los cinco años de edad, no entendía muchas cosas, pero cuando su padre estaba cerca, nada importaba más que escabullirse entre sus amplios brazos y dejar que detrás de aquella espesa barba oscura aparesca esa hermosa curba entre los labios dibujándole el cielo, y tal vez mucho más

Helena no había heredado nada de él. Ni su mirada oriental, ni su cabello ennegecido, ni su tez morena, ni las finas líneas que limitan la comisura de sus labios, así como tampoco, había heredado su temperamento apaciguante y extremadamente dócil. Ella era justamente la antítesis de Ricardo Doubau. Tenía los ojos color cielo y la tez blanca como la nieve, o como la espuma dl mar. Sobre su hombros se desplazaban graciosmente una manta de rizos color canela y suaves como la seda y tenía en la mirada la inigualable dulzura de se niña aún y el espiritú arrollador y pasional de tener sangre italiana. A la vista se evidenciaba el increíble parecido que madre e hija tenían, sin embargo Helena no usaría todos estos atributos naturales haste que el sabio destino o determinase.

De repente y en silencio como un ladrón en la noche, una jóven mujer entra en la habitación y rompe involuntriamente la maravillosa escena que se desarrollaba delante del hogar encendido de la casa Doubau. Helena aún continuaba entre los brazos de su padre, como no dejandolo ir, o tal vez para que se sienta acompañado en la penosa noticia que iva a recibir, porque Helena era sin lugar dudas, la mas perceptiva de toda la casa, incluso mas que la misma Juana que mucho tiempo después pronosticaría el nacimiento de la pequeña Sofía. En el abrazo de Helena había millones de mensajes subyacentes, sin embargo el mas evidente era el amor que le tenía a su padre, su imperiosa necesidad de protegerlo, de cuidarlo, de querer permanecer unida a él todos los días de su vida, y en su mente infantil, ella no podía imaginar que un momento crucial pudiese escapar de su casa para correr los brazos de un hombre muy distintos a los de su padre y que por muchisimo tiempo estaría alejada de esa persona que en ese instante estaba protegiendo como leona en vigilia.

Juana parecía no querer interrumpir aquel momento mágico entre padre e hija, sin embargo las circunstancias y su gravedad no le permitian ponerse sentimental. En sus manos llevaba una carta que si el olfato de la bella española no fallaba, llevaba impregnado el perfume de Celene. Ricardo se puso de pié, y el rostro pareció apagarsele en un abrir y cerrar de ojos, había algo en su expresión que le nublo el alma los presentes; hasta las aves del jardín parecieron notarlo y enmudecieron si aviso, ni notificación. Extendió la mano con firmeza, como no queriendo perder la calma, y tomó entre las duras extremidades aquel sobre blanco y grande, con los años Ricardo pensó que tal vez no era tan enorme, pero en ese momento aquel sobre de papel era el mounstro más temible que él, no había enfrentado jamás. Algo debió anunciarle que eran malas noticias, porque no por nada se detubo en el tiempo por unos segundos obsrvando el sobre, como sabiendo que era un gran desafío que tendría que superar. Suspiró, como poniendole fín a tanto suspenso, y l soplido pareció nacer desde lo mas profundo de sus entrañas. Miró a su hija que se encontraba de pié junto a él; tenía en los ojos las ansias y el miedo del que espera lo inesperado, pero él estaba poseido por el temor y la desesperación, los mismos sentimientos que invaden las almas de los que saben las conecuencias.

Evidentemente, el papel tenía impregnado el olor italiano de Celene, y la carta que al pié firmaba, decía así:

Querido Ricardo:
No se que se debe escribir en las cartas de despedidas, porque “Adios” suena muy definitivo y “Hasta luego” deja demasiadas puertas abiertas. Solo puedo decierte que mientras nuestro amor duró fué bellisimo, pero de la misma manera como un día llegué de tierras lejana a suelo latino, hoy me voy. Y dejo atrás este pueblo que sé, nunca volverá a ser el mismo. No quiero pecar de vanidosa, pero dejo mis huellas en este lugar; y quizás algo más.
Dejo un esposo maravilloso y una hija que fué un regalo de la vida. Un regalo demasiado valioso para esta mujer que tiene el alma con alas.
Sé que todo esto es muy difícil de comprender, pero soy una golondrina que no por madad, no puede subsistir habitando mucho tiempo en el mismo nido. Mi naturaleza es volar, y ¿Si Dios me dió alas, entonces, para que esconerlas?
Dejo en tus manos mi mayor tesoro, y confío que a tu lado tendrá lo que yo jamás podré darle. Tu y mi bella Helena estarán por siempre en mi corazón.

Hasta Siempre, Celene.

Y así, sin mas dspedida que una simple carta, Celene desapareció de la vida de la familia Doubau, llevandose con ella tan solo dos vestidos, tres bombachas y un corpiño. En la carta, escrita a puño y letra de Celene, jamás se hizo mensión de ningún profesor de filosofía ni nada por el estilo, sin embargo cuando las lenguas de las mujeres son demasiadas filosas y todas cuentan el mismo cuentito, entonces las posibilidades de que el chisme fuese certero comienza a ascender, y seguramente eso fué lo que ocurrió en el caso de los Doubau, ya que varias generaciones después, la patética y triste versión llegó a oficialisarce.

El silencio de la enorme mansión era imposible de obviar, y fué la dulce voz de Helena, quien tubo la dificíl tarea de quebrar con aquél espacio vacío. Ricardo aún seguía con la vista fija en el papel cuando escuchó a la inocente Helena anunciandole lo inescuchable.

_. Mamà se fuè y se que no va a volver_ la entereza de la pequeña, era realmente admirable. Hablò con la firmeza que una mujer de 20 años mayor, no lo hubiese podido hacer y cuidó a su padre con una fidelidad nunca vista jamás.
Ricardo abrazó a su hija con una actitud de complejo disernimiento, tal vez fué para ampararla de la desprotección de haber quedado sin madre, o tal vez fué para sentirse él mismo protegido, rodeado de esos minúsculos bracitos que le llenaban el alma y el cuerpo de paz.

(... continuará) ;-)

Capitulo 1: Sofía

Capitulo 1: Sofía

La tarde ya estaba avanzada y entre colores tenues y pasteles, el sol, tan egocéntrico y omnipresente como de costumbre, culminaba una ardua jornada de trabajo y se escondía despacio entra los lejanos montes del oeste. La vida parecía, luego de ese día repleto de sorpresas y misterios, haber llegado al fin a ese punto clave e irremediable, del cuál tengo entendido, no se tiene retorno.
La puerta de roble, tan vieja como costosa, se abrió con una bocanada de viento, la atmósfera se renovó por completo y por primera vez, la vi. Tenía la piel morena y el pelo del mismo color que el carbón, suave y brilloso, algo que sin lugar a dudas, sorprendió a todos los presentes. Estaba asustada, lo supe en la primer mirada, tan inocente e indefensa delante de un mundo que no tenía nada que ofrecerle, y delante de una mujer, que le ofrecería el mundo. Una paradoja que hasta mucho tiempo después, Sofía, no entendería.
Tenía la piel suave y las mejillas rosadas, y con la garganta predispuesta entonaba un canto de dolor, de angustia, de alegría y confusión. Pero en su inmadurez, estaba palpando el sentido de la vida. Reconoció al instante a aquella mujer de rasgos finos y presencia armoniosa que con tanto amor y pasión la había engendrado y finalmente, después de tanto tiempo, de tanto soñarse y de tanto imaginarse mutuamente, madre e hija se encontraron, y ante la mirada atónita de los presentes, se estrecharon en un intenso abrazo que amenazaba con no tener fin.
Sofía era realmente un ser hermoso, cuya belleza oriental sobrepasaba notablemente el imaginario humano, y su madre maravillada ante tanta divinidad, trasladó a su hija a un terreno celestial y la imaginó como una de las más bonitas diosas del olimpo, hija tal vez de Afrodita, diosa del amor y la belleza. Pero Sofía, con su breve experiencia en el mundo real, no supo comprender la mirada enamorada de su madre, así como mucho tiempo después, tampoco entendería esos ojos lívidos y excitados con los cuales, en su plena juventud, sería observada día y noche.
El Doctor Aurelio De Martino, viejo amigo de la familia Doubau, logró librarse de ese transe místico en el cual absolutamente todos habían caído desde la irrupción de la bella Sofía y corrió a cerrar la maldita puerta que dejaba libre el paso a la habitación de la señora Helena, ama de la mansión y única dueña de la fortuna Doubau, ya que hacía ya varios meses que su marido, el señor Esteban, había desaparecido misteriosamente y a pesar de las muchas pericias policiales y de los distintos investigadores privados que se contrataron, desde aquel 12 de julio, Esteban no había vuelto a aparecer.
La inmensa apertura fue finalmente cerrada y detrás de la puerta de roble, quedaron un puñado de sirvientes que asombrados espiaban los sorprendentes hechos que se desarrollaban dentro de esa habitación triste, lúgubre y oscura. Helena, que aún no lograba escapar de ese estado de enamoramiento total, sostenía en brazos a la pequeña Sofía, que con tan solo tres kilo doscientos y treinta y cuatro centímetros de largo, había iluminado la cara de aquella mujer que desde la ausencia física de su esposo se había hundido en una depresión de la cual, ni los doctores ni los mejores especialistas de todo el país, habían logrado sacar. Y sin embargo, la minúscula presencia de aquel pequeño ser, logró lo que la ciencia no le encontró solución
Luego de disfrutar un glorioso y pleno momento a solas con su hija, Helena llamó a la buena de Juana quien había estado con ella durante toda su vida y a quien consideraba como una madre, ya que la de ella se había desentendido hacía ya mucho tiempo, Cuando Helena tenía apenas cinco años de edad. Las malas lenguas contaron que se fue tras un profesor de filosofía que circunstancialmente se hospedaba en el hotel del pueblo. Dijeron, los que decían saber, que el susodicho andaba deambulando por la zona en busca de un editor para su último libro y que deslumbrado por la belleza de Celene, la confundió con la diosa Afrodita, o tal vez con Venus, y huyó con ella, quien sabe a que lugar y con quien intenciones, pero lo cierto es que desde aquella tarde de Junio, Helena no volvió a saber nada de su madre, pero en secreto la llamaba, con la esperanza tal vez, de que algún día regresara. Cuando la dulce Helena estaba entrando a sus quince primaveras, finalmente logró entender que su madre ya no volvería, así que sencillamente dejó de hablar del tema, hasta el sublime y bendito memento en que Sofía nació.

Juana aseó dulcemente a la hermosa recién nacida, la perfumó con colonia de fresias y jazmines y la envolvió en una mantita color rosa que ella misma le había tejido. Desde el mismo instante en que la vieja ama de llaves se enteró que Helena estaba embarazada lo aseguró:
_ . Va a ser niña.
Y como todos en la casa Doubau saben que Juana tiene algo de bruja, absolutamente nadie se animó a poner en tela de juicio las vagas, inconsistentes y vulnerables predicciones de la mujer. Así fue como Juana amó a Sofía aún antes de que existiera en el útero de su madre, la soñó en sueños, y en sueños la amó. La amó con amor de abuela, así como también, con amor de madre se había encargado de Helena hacía muchos años atrás. Así también como con amor de mujer había amado por décadas y desesperadamente a un hombre que luego de la traición de su esposa, había cerrado cada puerta y cada ventana de su vida, privándose así mismo de intentar nuevamente a ser feliz. Ricardo sin embargo, no supo darse una segunda oportunidad, no supo ver en Juana la hermosa mujer que se escondía tras ese eterno delantal color borgoña, no supo recordar la sensación de excitación cuando la vio por primera vez, con sus sensuales y a la vez inocentes 18 años, con ese acento español, que con el tiempo se había argentinizado, y con ese color en su mejillas que la hacía ver viva, plena y, que aún hoy, muchísimos años después y a pesar de los años, continuaba teniendo.

Juana amo a Ricardo, así como mucho tiempo después, postrado en una cama de clínica privada y atendido por los mejores doctores, Ricardo entendió que durante toda su vida había amado a aquella española de pechos exuberantes y generosas caderas. Ricardo había visto crecer a Juana, y Juana había dedicado su vida a él, y posteriormente lo haría con toda su descendencia. Ricardo no entendió por qué nunca se lo había dicho, por qué se auto condenó a la soledad y a la infelicidad de tener el alma vacía, y seguramente sui incomprensión fue motivo de los delirios producidos por los medicamentos que en su agonía le inyectaban para hacer mas leve sus últimos momentos en el mundo mortal. Ricardo, sin embargo, había tenido durante toda su vida muy claramente determinados los por qué de tanto silencio, de tanto sufrir por la sencilla razón de callar. En su lucidez lo supo bien: ella era una sirvienta y el su patrón.

Juana acunó durante unos instantes a la pequeña Sofía, al miraba a los ojos y le hablaba en silencio, tal vez fueron canciones de cuna, tal vez confesiones de amor, eso solo lo sabrá Juana y difícilmente lo recordará Sofía, que no dejaba de revolotear sus ojitos de almendra de lado a lado y de llamar la atención con sus intensos berridos de hora y media.

El doctor De Martino dijo que todo estaba bien, pero que de todas maneras, tanto la madre como la recién nacida necesitaban descansar, ya que el parta había resultado ser demasiado extenso y agotador. Sin embargo Helena insistía en que se sentía mejor que nunca, y que todo lo sufrido horas antes tenía sus motivos y su gratificación.
_. No todos los días se ven nacer criaturas tan bellas doctor_ murmuró Helena con el rostros sonriente y radiante.
_. El que quiere celeste, que le cueste_ la voz de Juana resonó en la antigua habitación y una risa al unísono festejó el dicho popular que con gracia inigualable entonó aquella española sensual, que con sus 46 años aún continuaba despertando pasiones entre los sectores masculinos. Sin embargo y ante la creciente demanda de hombres, Juana se continuaba enamorando cada día mas de un Ricardo que estaba mas ausente que nunca, y tal vez sin darse cuenta, repetía lo que tanto había criticado e incomprendido de su patrón; se estaba negando la posibilidad de amar y ser amada.

Los llantos de Sofía volvieron a oírse dentro de aquella habitación de paredes oscuras, luces bajas y ventanas cubiertas; y el sollozo infantil fue para De Martino un nuevo llamado, y tras sus exhortos, nadie quedó dentro del cuarto a excepción de aquella madraza a la cual nada ni nadie podría despegar de sus dos amadas niñas.

Una vez solas las tres y bajo la penumbra, Helena le juró a Juana que jamás abandonaría a Sofía, que recibiría todo el amor y la comprensión de una madre, justamente todo aquello, que en su infancia, se le fue arrebatado sin ninguna explicación. En ese momento, y por primera vez en 10 años, Helena volvió a hablar de su madre. Una madre ausente, una madre perdida, una madre ajena e indiferente ante una hija que desmoronándose en mil gritos pedía el irremplazable y dulce abrazo materno. Helena tan solo pedía una madre que con ese instinto animal la cuidara y la protegería de una sociedad que la miraba de reojo y susurraba a su paso, una sociedad que indudablemente nunca comprendió ese proverbio que dice que: cuando un dedo apuntas a alguien, hay otros tres apuntándote a ti y uno señalando al cielo.

Desde el nacimiento de Sofía, la casa volvió a ser lo que era antes de que la desgracia se instalara en la familia Doubau, antes de que Esteban desapareciera, antes de que Ricardo muriera y aún antes de que la hermosa Celene abandonara a toda la familia dejándola a la deriva de un mundo ridículo y de lengua tenaz.

Por alguna razón, la mansión de los Doubau había sido durante décadas el alberge de toda una saga familiar, y también por algún motivo, el apellido había continuado a pesar de ser Helena la única hija del matrimonio frustrado de Ricardo Doubau y Celene Fabricio. La historia de la madre de Helena era extraña, y detrás de ella, se escondían más mitos y leyendas que verdades. Contaban que la italiana llegó al país por vía marítima en un barco de cargamento y que el señor Ricardo la rescató de la indigencia y de la soledad en que se encontraba inmersa. Algunos decían que ambos se conocieron en un bar de medio pelo situado en los barrios bajos de la capital en donde ella cumplía el rol de camarera, sin embargo estos rumores nunca fueron argumentados y en la casa de los Doubau jamás nadie habló del pasado de la señora Celene, así como tampoco nadie dijo nada cuando luego de la misteriosa desaparición de Esteban, Helena comenzó a utilizar nuevamente el apellido paterno y volvió a la gran mansión con una enorme panza de cinco meses.

La casa de los Doubau, así la llamaban todos los habitantes de Campo Verde, era una de las viviendas mas hermosas de todo el pueblo y su sorprendente arquitectura deslumbraba a viajeros y pueblerinos que quedaban boquiabiertos a su paso. Al frente de la imponente construcción se levantaba uno de esos rosales que parecen haber sido sacado de un cuento de hadas, y a un costado, como olvidado, se erguía un simpático enano de jardín, esos que se encuentran en todos los jardines y que visten simpáticamente ropas de diversos colores que solo se logran con la pintura acrílica. Ese mismo enano fue compañero de juegos de Ricardo, y mas tarde de Helena y lo sería ahora de Sofía. Se comentaba entre esos grupos de vecinos que siempre comentan todo, que el dichosos enano tenía mas años que las casa Doubau y seguramente, aunque no me consta, han tejido mil y una historias en torno a su simple y dura existencia.

La noche finalmente se hizo presente y cubrió con sus tenebrosas tinieblas la magia de aquel rosedal del color indefinido, que a veces parecía naranja y a veces amarillo, y otras cuantas, creí ver que el mismo color del sol se estaba reflejando en sus pétalos. Siempre llamó mi atención como s que un lugar tan perfectamente hermoso, puede tornarse lúgubre y sin vida, con la simple salida de la luna, que expectante y testigo, vigila desde los altos, los secretos que esconde la noche.

Sofía finalmente, había logrado conciliar su sueño y Helena a su lado junto con el ama de llaves, conversaban acerca de la vida, del amor y del destino. Una conversación que se despertaría en muchas ocasiones, y que sin embargo, jamás lograrían sacar algo en limpio. Una conversación que se repite en muchas en muchas habitaciones de mujeres solitarias, de mujeres soñadoras y de mujeres que no se rinden y continúan peleando para alcanzar la meta mas codiciada: la felicidad. Una meta que hoy Helena, acababa de alcanzar.